lunes, 16 de abril de 2007

El callo de la vida


Cuando uno empieza a tomar clases de guitarra //¿Quién no lo ha intentado alguna vez a sus 15 años?// el profesor insiste en que debes tocar hasta que te salgan callos en las yemas de los dedos. Con las semanas //solo en caso de los alumnos aplicados// en la yema de tu dedo deja de dibujarse la línea de las cuerdas ese es, señores, el primer síntoma de la perdida de la sensibilidad y la inocencia. La duricia hace más resistente tu dedo pero también más insensible y con menos capacidad de notar las diferentes texturas de las cuerdas.
¿Y si el objetivo de la vida fuera endurecerse hasta crear un gran callo? ¿O al contrario: huir de toda emoción para evitar las decepciones que nos matan la sensibilidad? Se me ocurre que tal vez crecer nos callifica hasta el extremo de la insensibilidad final: la muerte.

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